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What is the measure of greatness in the human character?
Our
faith tells us it is to pour out ourselves in the service of others,
sacrificing our lives for others (if need be), just as Jesus
did.
Our
Church calls us to serve the poor, the weak, the vulnerable. Not
just in our Church, but outside our church in our troubled
world. The homeless. The prisoner. The weak
and powerless. The sick and dying. The poor.
Saint
Teresa got it, too. She poured out her life in the service of others
throughout her own powerful ministry on earth.
Ever
heard of him?
I’ll
bet you recognize this famous saying: “There are no atheists in foxholes.” Sound
familiar?
This
wartime priest delivered this line while serving Mass for American and Filipino
troops in Bataan, in the Philippines.
One
of those troops was my Great Uncle Vernon Weldon.
Fr.
Cummings was running an orphanage in Manila as a Maryknoll missionary when
Japanese warplanes attacked the city, destroying his orphanage and killing the
children he loved and served there.
Father
Cummings survived and went immediately to the nearby U.S. military base where servicemen
were preparing their escape from the city.
Fr.
Cummings met my uncle there for the first time when he asked if he could join
the Army as a Chaplain and serve the men as they fled from the expected
Japanese invasion.
The
base commander granted his wish.
Their epic retreat to the Bataan peninsula with General Douglas McArthur lasted months as American and Filipino troops valiantly fought the Japanese Imperial Army.
MacArthur
was under great pressure by FDR to leave the Philippines. The Army
General offered to resign his position and serve as a volunteer to lead his
men.
Eventually,
MacArthur got a direct order from Roosevelt himself to evacuate now, abandoning
his troops, but promising them, “I shall return.”
Sadly,
his promise to return would be delayed for years. It would come too
late for my uncle and his friend the priest.
Father
Cummings became an Army legend due to his service. Before being
captured, a nurse at a field hospital undergoing bombardment witnessed Father
Cummings in action.
Nurse
Hattie Bradley recounted the experience of Good Friday, 1942, “More
piercing screams. Scores of dead or dying… She dashed
into the orthopedic ward for help. There, panic was on the verge of
erupting. Then she saw the chaplain… standing on a
desk. Above the roar of airplanes, the explosions and the shrieks of
the wounded. His voice could be heard: ‘Our Father, who
art in heaven…’ Calmed by his prayers, the patients quieted.”
Father
Cummings did all of this with one arm broken by shrapnel from a bomb.
When MacArthur fled, the troops left behind were captured and marched by the Japanese after the fall of Bataan on a 60-mile trek “straight out of Dante’s inferno.” They were given no food or water. They were subject to random beatings and casual executions especially of the weak and vulnerable.
Thousands
of men would die of starvation, malaria and murder on the Bataan Death March
and in Japanese concentration camps.
My
uncle and Father Cummings would survive the over two-year ordeal and amazingly
were among a few thousand men still alive when the Japanese evacuated the
Philippines sending the men in the hull of a Japanese warship to Tokyo to be
used as slave labor.
As
the horror continued aboard a vessel dubbed “Hell Ship” by the survivors,
Father Cummings again tried to calm the men, by saying the “Our Father.”
From the
book “Give Us This Day” comes this first-hand account from a dark, fiery cargo
hold as Sidney helped prop up Father Cummings:
“Faltering, he began to speak. “Men! Men, can you hear my voice? Slowly he began to pray. ‘Our Father Who art in Heaven, hallowed be Thy Name… '
The
cries of the men became still. I concentrated on the voice that
soothed me and gave me strength and the will to live. Then I felt
his body shiver and tremble in my arms. He gasped for air and there
was a pain written on his face. He gritted his teeth, sighed and
went on. ‘Thy will be done – on earth – as it is – in
Heaven.’
I
felt him tremble again as if he wanted to cough. His hands fluttered
and his eyelids almost closed. Then with superhuman effort he spoke
again. ‘Give Us This Day…’
I felt his body go tense all over. He relaxed and his hand fell by his side… I knew he was dead… I cradled his head against my shoulder. I didn’t want to lay him down. I couldn’t bear to face the fact that he was gone.”
Father Cummings gave up his life in the service of others. He followed the will of the Father, climbed the hill to Golgotha, and experienced his Passion.
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¿Cuál es la medida de la grandeza
del carácter humano?
Nuestra fe nos dice que es el
derramarnos al servicio de los demás, sacrificando nuestra vida por los demás
(si es necesario), tal como Jesús lo hizo.
Nuestra Iglesia nos llama a
servir a los pobres, a los débiles, a los vulnerables . No sólo en nuestra Iglesia, sino fuera de
nuestra iglesia en nuestro mundo convulsionado.
Las personas sin casa. El
prisionero. Los débiles e impotentes. Los enfermos y moribundos. Los pobres.
Santa Teresa de Calcuta también
lo logró. Ella derramó su vida al
servicio de los demás a lo largo de su propio y poderoso ministerio en la
tierra.
Y también el Padre Guillermo Thomas Cummings.
¿Has oído hablar de él?
Apuesto a que reconoces el
famoso dicho: "No hay ateos en las trincheras". ¿Te suena familiar?
Este sacerdote en tiempos
de guerra pronunció esta línea mientras servía misa para las tropas estadounidenses
y filipinas en Bataan, Filipinas.
En una de esas tropas estaba
mi tío abuelo Vernon Weldon.
Esta es su historia de
Pasión.
El padre Cummings dirigía
un orfanato en Manila como misionero Maryknoll cuando aviones de guerra japoneses atacaron
la ciudad, destruyendo su orfanato y matando a los niños que él amaba y servía allí.
El padre Cummings sobrevivió
y fue inmediatamente a la cercana base militar estadounidense, donde los
militares estaban preparando su huida de
la ciudad.
El Padre Cummings conoció a
mi tío allí por primera vez cuando le preguntó si podía unirse al Ejército como
capellán y servir a los hombres mientras huían de
la esperada invasión japonesa.
El comandante de la base le
concedió su deseo.
Su épico retiro a la
península de Bataan con el general Douglas McArthur duró meses mientras las
tropas estadounidenses y filipinas luchaban valienemente contra el Ejército
Imperial Japonés.
MacArthur estaba bajo la
gran presión del Presidente Roosevelt para salir de Filipinas. El General del Ejército ofreció renunciar a
su cargo y servir como voluntario para dirigir a sus hombres.
Finalmente, MacArthur
recibió una orden directa del propio Presidente Roosevelt de evacuar en ese
momento, abandonando sus tropas, pero prometiéndoles: "Regresaré".
Lamentablemente, su promesa
de regresar se retrasaría durante años.
Llegaría demasiado tarde para mi tío y su amigo el sacerdote.
El padre Cummings se convirtió
en una leyenda del ejército debido a su servicio. Antes de ser capturado, una enfermera de un hospital
de campaña que estaba siendo bombardeado presenció al padre Cummings en acción.
La enfermera relató la
experiencia del Viernes Santo de 1942: "Gritos penetrantes. Decenas de muertos y moribundos... Ella corrió
hacia el pabellón ortopédico en busca de ayuda.
Allí, el pánico estaba a punto de estallar. Luego vio al capellán
... de pie en un escritorio. Por encima del rugido de los aviones, las explosiones
y los gritos de los heridos. Su voz podía
ser escuchada: 'Padre nuestro, que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Venga tu reino…"
El padre Cummings hizo todo
esto con un brazo roto por las esquirlas de
una bomba.
Cuando MacArthur huyó, las
tropas que se quedaron atrás fueron capturadas y marcharon con los japoneses
después de la caída de
Bataan en una caminata de 60 millas "directamente del infierno de Dante". No les dieron comida ni agua. Fueron objeto de palizas aleatorias y ejecuciones
casuales, especialmente a los débiles y vulnerables.
Miles de hombres murieron
de hambre, malaria y fueron asesinados en la Marcha de la Muerte de Bataan y en
los campos de concentración japoneses.
Mi tío y el padre Cummings sobrevivieron
al calvario de más de dos años y sorprendentemente estaban entre unos pocos
miles de hombres aún vivos cuando los japoneses evacuaron Filipinas enviando a
los hombres en el casco de un buque de guerra japonés a Tokio para ser utilizados
como mano de obra esclava.
Mientras estaba en el
puerto de Tokio, mi tío Vernon murió cuando un fuego destruyó parcialmente su
nave. El padre Cummings le daría los
últimos ritos.
Mientras el horror
continuaba a bordo de una embarcación llamada "Barco del Infierno"
por los sobrevivientes, el Padre Cummings volvió a tratar de calmar a los
hombres, rezando el "Padre Nuestro".
Del libro "Danos este
día" sale este relato de primera mano desde una bodega de carga oscura y ardiente
mientras ayudaba apoyando al Padre Cummings:
"Vacilando, comenzó a
hablar. "Hombres! Hombres, ¿pueden oír mi voz?’ Poco a poco comenzó a orar. 'Padre nuestro. Que
estás en el cielo, santificado sea tu nombre... '
Los gritos de los hombres
se silenciaron. Me concentré en la voz
que me calmó y me dio fuerza y voluntad de vivir. Entonces sentí que su cuerpo temblaba y titiritaba
en mis brazos. Respiraba con dificultad y
había un dolor escrito en su cara.
Apretó los dientes, suspiró y continuó.
'Hágase tu voluntad – en la tierra – así como – en el Cielo."
Lo sentí temblar de nuevo
como si quisiera toser. Sus manos se
movieron ligeramente y
sus párpados estaban casi cerrados. Luego, con un esfuerzo sobrehumano, volvió
a hablar. 'Danos hoy...'
Sentí que su cuerpo se puso
tenso por todas partes. Se relajó y su
mano cayó a su lado... Sabía que estaba muerto... Acuné su cabeza contra mi hombro. No quería acostarlo. No podía soportar enfrentar el hecho de que
se había ido.
El padre Cummings renunció
a su vida por el servicio a sus hermanos pobres, débiles y vulnerables. Siguió
la voluntad del Padre, subió la colina hasta el Gólgota y experimentó su
Pasión.