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For the past few weeks, Jesus has used parables
to get his message across about the Kingdom of God and what it means to be a
disciple. Now, he uses himself as a living parable to reveal who he really is.
Jesus explained the meaning of his parables to
his closest disciples in private. So
far, the disciples seem to be getting it.
But then Jesus puts them all to the test.
They are all on a boat on the Sea of Galilee headed to the pagan city of Decapolis. The Sea of Galilee was known for its frequent and violent storms.
In a
unique twist, Gospel writer Mark “shows Jesus himself to be a living parable.
That is to say, in the final episode of Jesus’ stilling the sea, Mark reveals
that the person of Jesus provides an analogy to what God is like.”
The disciples are totally freaked out and have almost
lost faith in Jesus. “Why is he sleeping when we are about to perish?”
Jesus uses biblical language from the Psalms to
reveal who he is: only God can command, “Be still,” and calm a storm. Here Jesus
is using the same command and getting the same result.
Jesus presents
himself as a living parable by echoing Scriptures “that reflect on God’s power
over creation: …
‘You
still the roaring of the seas,
the roaring of their waves’ (Ps 65:8).
‘[The
Lord] hushed the storm to a
murmur;
the waves of the sea were stilled’ (Ps
107:29).”[1]
Each week our Church uses the first reading from the Old Testament as a lens through which we better understand the Gospel message.
This weekend, God confronts Job for his unbelief in their first conversation together. It comes from within a mighty storm. This is a mirror reflection of the conversation Jesus is having with his disciples on the boat adrift on stormy seas. This is Jesus, the living parable, revealing who he truly is to his disciples and to us.
St. Augustine once said in a homily, “The episode of the calming of the storm, the memory of which must often have helped the apostles regain their serenity in the midst of struggles and difficulties, also helps us never lose the supernatural way of looking at things: a Christian’s life is like a ship: ‘As a vessel on the sea is exposed to a thousand dangers—pirates, quicksands, hidden rocks, tempests… […]. This should not cause (us) to lose confidence. […]: when the tempest is violent, the pilot never takes his eyes from the light which guides him to port. In like manner, we should keep our eyes always turned to God, who alone can deliver us from the many dangers to which we are exposed” (St Augustine, Sermons, 51; for the fourth Sunday after Epiphany).[2]
In Bishop Mueggenborg’s book Come Follow
Me, he wrote something that makes this idea even more understandable to
disciples of today: “Like the disciples, we can sometimes feel overwhelmed by
the situations we face. Sometimes we can find ourselves like the disciples,
wondering if God cares. In those moments, we need to search for Jesus in the
same place the disciples did—they found Jesus in the nave, the hull of the
boat, and they went to Him. It is no accident that we refer to the Church as a
boat—even in our sacred architecture we call the central hall of a traditional
church building the “NAVE” (meaning “boat”). This is our boat and Jesus reposes
deep in our hull as well. He is there in the tabernacle awaiting us, reminding
us that He is with us, that He cares for us, that He personally knows our
distress, and that He does not ask us to go anywhere that He himself has not
gone before.”
As Christians, we are sent by Jesus to take risks to become part of the mission of the Church. We will encounter rough seas on this journey. We may become freaked out or scared. We must call on the name of Jesus to calm these storms in our heart.
St.
Augustine reminds us,
“You
are afraid because you are asleep…To wake Christ means to awaken your faith, to
recall what you believe. Remember your faith; wake Christ within you. Your
faith will immediately still the frightening winds and waves…” (St Augustine, Sermones, 361, 7).[3]
[1]
Sabin, M. N. (2009). The Gospel according to Mark. In D. Durken (Ed.),
New Testament (pp. 125–126).
Collegeville, MN: Liturgical Press.
[2] Saint Mark’s Gospel.
(2005). (p. 75). Dublin; New York: Four Courts Press; Scepter Publishers.
[3] The Navarre Bible: New Testament. (2008). (p. 178). Dublin; New York: Four Courts Press; Scepter Publishers.
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HOMILIA – XII Domingo Ordinario – Estate
quieto
Durante
las últimas semanas, Jesús ha utilizado parábolas para transmitir su mensaje
sobre el Reino de Dios y lo que significa ser un discípulo. Ahora, se usa a sí
mismo como una parábola para revelar quién es realmente.
Jesús
explicó el significado de sus parábolas a sus discípulos más cercanos en
privado. Hasta ese momento, los
discípulos parecian estar entendiendo.
Pero
entonces Jesús los pone a todos a prueba.
Todos
ellos están en un barco en el Mar de Galilea rumbo a la ciudad pagana de
Decápolis. El Mar de Galilea era conocido por sus frecuentes y violentas
tormentas.
En
un giro único, el escritor del Evangelio Marcos "muestra a Jesús mismo
como una parábola viviente. Es decir, en el episodio final en el que Jesús calma
las aguas del mar, Marcos revela que la persona de Jesús proporciona una
analogía con lo que Dios es".
Los
discípulos están totalmente asustados y casi han perdido la fe en Jesús.
"¿Por qué está durmiendo cuando estamos a punto de perecer?"
Jesús
usa el lenguaje bíblico de los Salmos para revelar quién es: sólo Dios puede calmar
el rugir de los mares; sólo Dios puede ordenar, "Estate quieta," y
calmar una tormenta. Aquí Jesús está usando el mismo mandamiento y obteniendo
el mismo resultado.
Jesús
se presenta a sí mismo como una parábola viviente y hace eco de las escrituras
"que reflexionan sobre el poder de Dios sobre la creación: ...
(SALMO
65) "Tú calmas el rugir de los mares, el rugido de sus olas".
(SALMO
107) "[El Señor] calmó el murmullo de la tormenta; las olas del mar
estaban quietas".
Cada semana, nuestra Iglesia utiliza la primera lectura
del Antiguo Testamento como un lente a través del cual comprendemos mejor el
mensaje del Evangelio.
Este fin de semana, Dios confronta a Job por su
incredulidad en su primera conversación juntos. Viene de dentro de una poderosa
tormenta. Este es el reflejo de espejo de la conversación que Jesús está
teniendo con sus discípulos en el barco a la deriva en mares tormentosos. Este
es Jesús, la parábola viviente, que revela quién es realmente a sus discípulos
y a nosotros.
San Agustín dijo una vez en una homilía: “El episodio del
apaciguamiento de la tormenta, cuyo recuerdo debe haber ayudado a menudo a los
apóstoles a recuperar la serenidad en medio de luchas y dificultades, también
nos ayuda a no perder nunca la forma sobrenatural de ver las cosas: la vida
de un cristiano es como un barco: “Como un barco en el mar está expuesto a mil
peligros: piratas, arenas movedizas, rocas escondidas, tempestades… […]. Esto
no debería hacernos perder la confianza. […]: Cuando la tempestad es violenta,
el piloto no aparta la vista de la luz que lo conduce a babor. Asimismo,
debemos mantener los ojos siempre puestos en Dios, quien es el único que puede
librarnos de los muchos peligros a los que estamos expuestos ” (San Agustín,
Sermones, 51; para el cuarto domingo después de Epifanía).
Como cristianos, Jesús nos
envía a correr riesgos para formar parte de la misión de la Iglesia. Nos
encontraremos con mares agitados en este viaje. Puede que nos asustemos o temamos.
Debemos invocar el nombre de Jesús para calmar estas tormentas.
San Agustín también
dijo:
“Tienes
miedo porque estás dormido; eres sacudido por la tormenta ... porque tu fe está
dormida. "Tu fe está dormida" significa que has olvidado tu fe.
Despertar a Cristo significa despertar tu fe, recordar lo que crees. Recuerda
tu fe; despierta a Cristo dentro de ti. Tu fe calmará inmediatamente los
espantosos vientos y olas… ”.
Entonces,
despierta a Jesús en tu corazón. Pídale que le ayude a fortalecer su fe en
tiempos de prueba y angustia. Pon tu confianza en Jesús y solo en Jesús para
calmar los mares tormentosos de tu corazón.