On
this Palm Sunday of the Lord’s Passion, I wanted to share with you a profound
reflection written by a deacon friend who lives now with his family in
Guatemala. Deacon Nate Bacon has become a global leader in the ecumenical
Christian movement. He’s even had the honor to meet Pope Francis for his work.
Here
are his thoughts on the Passion of Our Times:
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"What
does this moment in time mean for humanity?
The tiniest of invisible
things, a virus, can whip through poor and rich, red, yellow, brown, black and
white – no respecter of wealth nor power, and bring economies and nations to a
halt in day, and soon to our knees in a way that the work-a-day world could
never have imagined outside of the reality of horror films, even just a short
month ago.
We are watching thousands,
and perhaps soon millions die in an instant, in the blink of an eye. And in
Lent no less when we remember we are but dust.
The wisdom of the elders
is being erased as the virus hungers for them first, and as overburdened
systems opt instead to save the younger ones.
Then there are those many
nations who will never be able to procure tests before the pestilence has
already wrought its havoc and claimed the lives of so many unsuspecting souls.
Then the frivolous, from
(world leaders) who claim “it will all be over by spring” and lose precious
time, to young spring-breakers who say ‘the hell with it’ and keep partying at
the beach in Miami, or those who have no regard for their neighbors, thinking
only of themselves, defying all restrictions that might possibly save their
life and the lives of many.
The world is in a Lenten
fast – for those who heed the experts and the governments who are trying to
save their own, our homes become penitential cells of reflection (if we have
homes at all).
Yet suddenly we are
offered the gift of rediscovering our family within our four walls, if we are
blessed enough to be together, and an even greater gift is offered, that we are
only just beginning to see: the gift of recognizing that we are one human
family, facing the same threats, yet holding the same hopes as well.
Suddenly, material things
mean less: entertainment diversions dry up, bars and restaurants close, and
perhaps we fill the void with a flurry of online parties and games, yet even
that reminds us of how much we need each other.
The younger are tempted
towards relief that the disease seems to take the elders, but that mentality
only leads to spiritual death. We are our sister’s and brothers’ keepers. No one’s
life matters less.
The wealthy economies can
somehow muster billions or trillions of dollars to try to keep the capitalist
systems alive, while in the garbage dump of Guatemala City (and so many places
like it) those at the bottom, who pick through the world’s trash to survive,
are left devoid of work, and abandoned by government and NGOs alike.
A perfect storm that
reveals how fragile we are; a lesson we should have learned long ago, yet the
pride of achievement, and industrial revolution blinded us over time to the
dignity of those who were excluded, enslaved, and impoverished by unrestrained
greed and power, camaflouged in suits and ties and superficial smiles.
And now those who put
their lives on the lines every minute of every day to help save all the lives
they can, are left exposed without the protective clothing that might ensure
their ability to be there for their own families, as well as the world.
This invisible virus,
moving seemingly at the speed of light, is offering us a great, and severe, and
costly gift, perhaps our last, if we have eyes to see. To turn again to the
things that matter, to the Source of Life, to our neighbor beyond walls and
borders, to the very lifeblood of our Sister Mother Earth who cradles and feeds
us without complaint, even as we grasp her in a stranglehold, refusing to
loosen our grip.
If we have eyes to see,
and ears to hear, then this is our moment to awaken from our self-medicated
slumber, and begin to ask new questions, and turn to new paradigms, to our
Creator, and to our neighbor, and re-build this beautiful, yet tortured world
from the bottom up, no longer upon the fragile straws of greed and false
comfort, but on the solid pillars of sanity, justice, and love.
Our ancestors, and our
descendants are watching this drama unfold. It is for those of us in the ring
at this poignant moment, to prove our valor, solidarity, and compassion. The
world awaits our response.”
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En este Domingo
de La Pasión del Señor, quería compartir con ustedes una profunda reflexión
escrita por un amigo diacono que vive ahora con su familia en Guatemala. El
diacono Nate Bacon se ha convertido en un líder mundial en el movimiento
ecuménico cristiano. Incluso ha tenido el honor de conocer al Papa Francisco
por su trabajo.
Aquí están sus pensamientos sobre la Pasión de
Nuestros Tiempos:
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"¿Qué
significa este momento en el tiempo de la humanidad?
La
más pequeña de las cosas invisibles, un virus, puede azotar a través de pobres
y ricos, rojos, amarillos, marrones, negros y blancos - nada respetuoso de la
riqueza ni del poder, ni de llevar a las economías y a las naciones a un alto,
y pronto de rodillas de una manera que el mundo del trabajo a día a día nunca
podría haberlo imaginado fuera de la realidad de las películas de terror, incluso
hace pocos meses.
Estamos
viendo a miles, y tal vez pronto a millones morir en un instante, en un abrir y
cerrar de ojos. Y en Cuaresma no serán menos, cuando recordemos que no somos más que polvo. La sabiduría de los ancianos se
está borrando porque el virus los toma primero, y como sistemas sobrecargados
optan en su lugar por salvar a los más jóvenes. Luego están esas muchas
naciones que nunca podrán hacerse pruebas antes de que la pestilencia ya haya causado
estragos y se haya cobrado la vida de tantas almas desprevenidas.
Luego los frívolos, desde (los líderes mundiales) que afirman "todo
habrá terminado para la primavera" y pierden un precioso tiempo, hasta los
jóvenes que vacacionan en primavera y dicen 'al infierno con el virus' y siguen
de fiesta en las playas de Miami, o aquellos que no toman en cuenta a sus
vecinos, pensando sólo en ellos mismos, desafiando todas las restricciones que
posiblemente podrían salvar su vida y la de muchos.
El mundo está en un ayuno cuaresmal – para aquellos atentos a los
expertos y a los gobiernos que están tratando de salvar a los suyos, nuestros
hogares se convierten en células
penitenciales de reflexión (si tenemos hogares aún).
Sin embargo, de repente se nos ofrece el don de redescubrir nuestra
familia dentro de nuestras cuatro paredes, si estamos lo suficientemente
bendecidos para estar juntos, y se ofrece un don aún mayor, que apenas estamos
empezando a ver: el don de reconocer que somos una sola familia humana,
enfrentando las mismas amenazas, pero teniendo las mismas esperanzas también.
De repente, las cosas materiales significan menos: las desviaciones de entretenimiento
se secan, los bares y restaurantes se cierran, y tal vez llenamos el vacío con
un aluvión de festines y juegos en línea, sin embargo, incluso eso nos recuerda
lo mucho que nos necesitamos el uno al otro.
Los más jóvenes son tentados por el alivio de que la enfermedad parece
tomar a los ancianos, pero esa mentalidad sólo conduce a la muerte espiritual.
Somos los guardianes de nuestros hermanos y hermanas. La vida de nadie importa
menos.
Las economías ricas pueden de alguna manera reunir miles de millones o
billones de dólares para tratar de mantener vivos los sistemas capitalistas,
mientras que en el basurero de la ciudad de Guatemala (y tantos lugares como
ese) los que están en el fondo, los que recogen la basura del mundo para
sobrevivir, se quedan sin trabajo y abandonados por el gobierno y por las ONGs.
Una tormenta perfecta que revela lo frágiles que somos; una lección que
debimos haber aprendido hace mucho tiempo, sin embargo, el orgullo del logro y
la revolución industrial nos cegó con el tiempo a la dignidad de aquellos que
fueron excluidos, esclavizados y empobrecidos por la codicia y el poder sin restricciones, camuflados en trajes, corbatas y
superficiales sonrisas.
Y ahora aquellos que ponen sus vidas en riesgo cada minuto para ayudar a
salvar todas las vidas que pueden, se quedan expuestos sin la ropa protectora
necesaria que podría asegurar su capacidad de estar para sus propias familias,
así como para el mundo.
Este virus invisible, que se mueve aparentemente a la velocidad de la
luz, nos ofrece un don grande, severo y costoso, tal vez el último, si tenemos
ojos para ver. El voltear nuevamente a las cosas que importan, a la fuente de
vida, a nuestro prójimo más allá de los muros y las fronteras, a la propia
sangre de nuestra madre Tierra que nos acuna y nos alimenta sin quejarse, aun
cuando la estrangulamos reusando a aflojar, a nuestro control.
Si tenemos ojos para ver, y oídos para oír, entonces este es nuestro
momento para despertar de nuestro sueño automedicado, y comenzar a hacer nuevas
preguntas, y volver a nuevos paradigmas, a nuestro Creador, y a nuestro
prójimo, y reconstruir este hermoso, pero torturado mundo de abajo hacia
arriba, ya no sobre la frágil paja de la codicia y el falso consuelo, sino
sobre los sólidos pilares de la cordura, la justicia y el amor.
Nuestros ancestros y nuestros descendientes están viendo cómo se
desarrolla este drama. Es para aquellos de nosotros que estamos en el ring en
este momento conmovedor, el demostrar nuestro valor, solidaridad y compasión.
El mundo espera nuestra respuesta".
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